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En el corazón de la Esmeralda y la Covadonga: los ingenieros del Combate Naval de Iquique y de Punta Gruesa

En el corazón de la Esmeralda y la Covadonga: los ingenieros del Combate Naval de Iquique y de Punta Gruesa

Autor: Felipe Barrios Burnett
Ingeniero Naval Hidrógrafo, MSc.
Reg. N° 24398

Las tradiciones y costumbres son parte esencial de lo que define culturalmente a un país y a su sociedad, y contribuyen en la construcción de su identidad nacional. En Chile, una de estas tradiciones ocurre durante el mes de mayo, mes del mar, y cuyo día 21 recuerda las Glorias Navales, que año a año convocan a los chilenos de todos los rincones del país en torno a la conmemoración del combate naval de Iquique y de Punta Gruesa, que ha perpetuado un acontecimiento histórico que, como ningún otro, posee una especial cercanía con los ciudadanos.

Por años, los estudios y las investigaciones sobre este acontecimiento han escudriñado cada uno de los pliegues que se develan de estos combates. Un análisis que va desde el impacto que tuvo en el transcurso y desenlace de la guerra, hasta el detalle humano de quienes tripulaban la corbeta Esmeralda y la goleta Covadonga, débiles y viejos cascarones que se enfrentaron a lo más moderno y poderoso que tenía la Marina de Perú en ese entonces: el monitor Huáscar y la fragata blindada Independencia. Al mes de ocurrida la hazaña, ya se escribía la primera biografía del hasta entonces desconocido jefe del bloqueo de Iquique, capitán de fragata don Arturo Prat, y a contar de ese momento, un gran número de historiadores, investigadores y escritores se han interesado en las virtudes sostenidas y demostradas ese día, como el patriotismo y liderazgo, para que él, junto a sus camaradas, fueran capaces de vencer sus propias limitaciones y acometer semejante hazaña.

La epopeya del 21 de mayo de 1879 se resume con elocuencia en las palabras de la gran Gabriela Mistral, las que señalan: “…para dar en una narración a nuestros hijos la llamarada del heroísmo, no necesitamos recurrir ni a Grecia, ni Roma, si Prat fue toda Esparta”.

Los registros y testimonios de la época son consistentes respecto a que, tanto Prat como las dotaciones completas en ambos buques, estaban total y absolutamente convencidas de que había llegado el momento y que el destino les había deparado esa mañana de mayo en Iquique el sublime llamado a cumplir con su deber, incluso a costa del propio sacrificio. El guardiamarina de la Esmeralda y sobreviviente del combate, Vicente Zegers, escribía a su padre con claridad y sencillez la situación que se vivía a bordo al inicio del enfrentamiento, ilustrando el valor y la energía que irradiaban todos los convocados en la cubierta, así como el patriotismo y la lealtad presentes en cada uno de ellos:

"Sería necesario que usted se hubiera hallado antes en un caso semejante para comprender el entusiasmo que es capaz de despertar un viva a la patria, lanzado por un jefe querido en aquellos supremos instantes. Le aseguro que a muchos les vi las lágrimas en los ojos."

Del mismo modo, su segundo comandante, el teniente 1° Luis Uribe consignaba que las tripulaciones de ambos buques estallaron en un “¡Viva Chile!”, al caer el primer tiro peruano entre la Esmeralda y la Covadonga. Testimonios que se repiten uno tras otro en cada escena del combate.

Como un reloj de precisión, en un buque cada miembro de la dotación es una pieza fundamental, de ahí la frase “cada cual cumplir con su deber”. Bajo la arboladura de los mástiles, bajo la cubierta de cañones, en el corazón de ambos buques, para los ingenieros y mecánicos encargados de la propulsión, esto no era la excepción: el combate había comenzado mucho antes. Viene al caso recordar que, tanto la Esmeralda como la Covadonga, eran de los primeros buques de propulsión mixta (vela y hélice) en Chile, con vapor generado en calderas a carbón.

La Covadonga, conquistada a los españoles en el combate de Papudo en 1865, había sido puesta al servicio de España en 1856, y la Esmeralda, construida en Inglaterra para Chile en 1855, eran —al inicio de la guerra— buques con más de 20 años de servicio, en tiempos en que el sostenimiento y mantenimiento preventivo no eran una parte integral del presupuesto de una ya precarizada marina. El teniente Uribe escribía en días previos al combate:

"Nuestra pobre vieja Esmeralda está echando raíces en el fondeadero [...] lleva ya puestos en sus calderos 150 parches, y cada vez que se dispara un cañón es un parche más. Las costuras se abren, las mamparas gimen, los calderos se rompen y todo el enmaderamiento parece que se lamenta cuando se dispara un tiro a bala. Sin embargo, puede aún dejar el pabellón bien puesto".

La Esmeralda, antes de la guerra había sido puesta en desarme, y ante el conflicto —rearmada con el comandante Thomson al frente— completó su tripulación por medio de enganche, la cual había sido entrenada y desplegada apresuradamente en el norte. Hacia fines de abril Prat se había hecho cargo de la Covadonga en Valparaíso, precisamente en momentos en que se le preparaba para concurrir en apoyo al resto de la escuadra, incluyendo la reparación de su maquinaria, la que a los pocos días de llegar al teatro de operaciones terminaría de quedar “lista para todo efecto”. Ya en Iquique, el 11 de mayo, junto con comunicarle su trasbordo al mando de la Esmeralda, Prat le escribía a su esposa: “…la Esmeralda está recibiendo serias reparaciones en sus calderos; ya tiene tres listos i pronto estará el otro.”

El estado de la maquinaria de ambos buques marcaría la diferencia en los desenlaces que tuvo el combate en cada caso. La Covadonga, quizás no tan veloz, pero intrépida, con sus máquinas recién repasadas, pudo sortear los escollos de la costa nortina y responder a los requerimientos que le exigía su comandante para soslayar los embates de la Independencia, la que, ufana, sellaría su destino en los roqueríos de Punta Gruesa. Los ingenieros, mecánicos, fogoneros y carboneros de la Esmeralda, en la oscuridad bajo cubierta, aun cuando ya los vetustos calderos y circuitos trepidaban ante los remezones de los cañones, fueron el corazón palpitante de la “vieja mancarrona”, entre el hollín de los fogones y los quemantes vapores, cumpliendo las órdenes a las máquinas del comandante Prat, que logró salir del fuego cruzado perpetrado por la artillería peruana de tierra y sortear el primer espolonazo del Huáscar, incluso más allá de las capacidades del material. Pero más no se le podía exigir a esa vieja maquinaria, que ya solo funcionaba con un solo caldero; llegado el segundo espolonazo —relata Uribe— si bien no logró esquivarlo del todo y le golpeó en la amura de estribor, inundando la santabárbara y la sala de máquinas, su personal se mantuvo disciplinadamente frente a sus deberes.

De acuerdo con el libro “La dotación inmortal”, del Museo Marítimo Nacional, la Esmeralda ese 21 de mayo contaba con 4 ingenieros: Eduardo Hyatt, Vicente Mutilla, Dionisio Manterola y José Gutiérrez; 3 mecánicos: Marcolín Figueroa, Juan Agustín Torres y José Fructuoso Vargas; 10 fogoneros: Carlos Araneda, Rosso Bartolomeo, Ramón Díaz, Desiderio Domínguez, José Donaire, Pedro Estamatópoli, Alejandro Horvath, Bartolo Mesa, Nicasio Miranda y Andrés Pavez; y 4 carboneros: Candelario Apablaza, José Abdón Figueroa, José Manuel Ramírez y Roberto Vergara. De estos 21 tripulantes de máquinas, solamente 6 sobrevivirían el combate. Así, habiendo transcurrido 144 años de aquella hazaña, la transversalidad del fervor que provoca en los chilenos cada 21 de mayo, no solamente se debe a la vida dedicada, austera y heroica que Arturo Prat llevaba en forma personal antes del combate, y su ejemplo durante el mismo; lo cual no cabe duda es uno de los pilares fundamentales de inspiración patriótica. La nación completa hizo y ha hecho suya la epopeya de Iquique por el sentido de identidad que despierta en cada uno.

En Chile, como en un buque, se congregan multiplicidad de personas, con distintos orígenes, diversas cualidades, características, profesiones, oficios y especialidades, donde nadie es prescindible y todos tienen algo que aportar; enfrentan su destino juntos y juntos trascienden a sí mismos para dar la cara a la adversidad, como en muchas ocasiones le ha tocado en la vida a cada chileno, haciendo de un desigual combate una victoria épica, y manteniendo siempre el tricolor al tope.