No necesitamos ingenieros para el Apocalipsis, sino arquitectos del Renacimiento (y la universidad los está formando para lo primero): Columna de opinión de Eva Soto
La verdadera crisis no es solo climática; es de obsolescencia educativa.
El diagnóstico es brutal y las cifras, obscenas. El 82% de la energía global aún quema nuestro futuro, mientras la brecha hídrica se abre como un abismo. En Latinoamérica, la paradoja duele: somos la región más rica en agua y potencial renovable, pero también un epicentro de desigualdad y estrés climático. Frente a esta tormenta perfecta, hay una pregunta incómoda que nuestras facultades de ingeniería deben responder: ¿Estamos formando a los salvadores del mañana o a los administradores del ayer?
Tradicionalmente, formamos “técnicos de la estabilidad”. Expertos en dominar un ciclo hidrológico que ya no existe, en diseñar para normas climáticas obsoletas y en operar sistemas lineales de “extraer-usar-verter”. Ese profesional es, hoy, un ingeniero “zombi”, entrenado para un mundo que se desvaneció.
El nuevo clima, el Antropoceno, es pura volatilidad: sequías que se miden en décadas, lluvias que borran siglos de registros en horas. El mito del equilibrio se rompió. Y nuestro modelo formativo también. La verdadera crisis no es solo climática; es de obsolescencia educativa.
La brecha más peligrosa no está entre la oferta y la demanda de agua, sino entre el currículum que impartimos y el planeta que habitamos. Seguimos enseñando a construir represas como si los embalses no se fueran a secar, y a diseñar redes de drenaje como si las precipitaciones extremas fueran una anomalía y no la nueva normalidad. ¿Qué necesita entonces el profesional hidro-resiliente? Un ADN radicalmente distinto. Debemos pasar de lo lineal a lo circular (agua y energía que se reúsan, nunca se “pierden”). De la infraestructura gris de hormigón a las soluciones verde-azul que renaturalizan las cuencas. De sistemas centralizados y frágiles, a redes distribuidas e inteligentes, democratizando el acceso. Y, sobre todo, debemos pasar de lo puramente técnico a lo socio-técnico: un ingeniero que no solo modela caudales, sino que también entiende de justicia hídrica, co-diseño con comunidades y política climática. Este no es un llamado a agregar una asignatura “verde” al plan de estudios. Es una exigencia para teñir de sostenibilidad, resiliencia y justicia todas y cada una de las materias.
La próxima gran obra de ingeniería no será solo una mega-represa; será un bosque regulador, un sistema comunitario de micro-hidro y solar, o una ciudad esponja. El aula debe ser la cuenca, el laboratorio el territorio en crisis. Latinoamérica tiene la materia prima: sol, agua, viento y un talento joven inmenso.
Nos falta el software: la formación de vanguardia. Podemos ser la primera civilización hidro-renovable del planeta, pero esa es una decisión que se toma hoy en los consejos de facultad, en la revisión de los sílabos y en la voluntad de los académicos de dejar de ser custodios de un conocimiento obsoleto.
A los estudiantes les digo: ustedes no son el futuro; son el presente urgente. Exijan esta formación. Sean insumisos. El desafío ya no es construir un arca para salvarse unos pocos, sino rediseñar el barco completo –nuestra civilización– para que navegue en este mar turbulento llevando a todos a bordo. Ese es el único proyecto de ingeniería que vale la pena.
Eva Soto
Consejera Nacional






